Jacques Brel - Vesoul
Jacques Brel era excesivo en todos los aspectos. Capaz de pasar, en un suspiro, del dramatismo exacerbado a la pantomima histriónica, del susurro al grito desgarrado, en su estatismo en el escenario escondía pura energía gestual y emocional, y ahí creo que residía su genialidad, en su falta de contención. ¿Por qué tratar de esconder lo que es inevitable mostrar? Y puesto que ésto resulta inevitable, ¿por qué no acompañarlo de un pequeño toque de teatralidad?. Y qué mejor escuela para toda esa teatralidad que los cabarets y los music-halls donde se curtió desde bien jovencito y donde aprendió a sonar más parisino que cualquier otro cantante francés de la época (hay que recordar que Jacques Brel nació en Schaerbeek, Bélgica aunque con veintipocos años ya callejeaba por París en busca de inspiración).
Y esto viene a colación para hablar de Vesoul, una de mis mayores debilidades de Jacques Brel.
Analizando Vesoul, uno puede darse cuenta de que termina condensando muchas de las facetas de Brel en poco más de tres minutos. Empieza con un piano y unos vientos que recuerdan a un Mozart en fase enamoradiza, unos arreglos traviesos que juguetean arriba y abajo con la melodía y que envuelven la canción en un cascarón de clasicismo formal; la voz de Brel suena con resignación, con una carga de amargura sutil que va desapareciendo en favor de una mayor firmeza en sus palabras, exagerada más si cabe por su sobreactuación cómica parodiando a los cantantes de ópera, y que, en cuestión de segundos, estalla de rabia. Si se enfatizan las emociones, el cambio para el oyente-espectador es más chocante. La canción entonces se transforma en furia adolescente (no por la edad del cantante, sino por la urgencia en las formas), la instrumentación cambia: ¡¡fuera pianos y vientos!!. En ese momento aparecen una sección rítmica jugueteando con compases más propios del jazz (¿un 9/8 tal vez?), un acordeón que corre que se las pela y unas guitarras que repiten constantemente un par de acordes creando un colchón para toda la canción. Y por encima de todo eso, un Jacques Brel recitando-cantando a una velocidad endiablada, que suena apabullante en todo momento, pero que es capaz de hacer un retrato, a su manera, de la relación de pareja, trazar un recorrido por la geografía francesa e incluso reírse del soniquete parisino por antonomasia, el acordeón.
Chauffe, chauffe!!!
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